Muy buenos días a todas y a todos. En primer lugar, quiero agradecer la invitación que me han formulado para tener la oportunidad de presentar algunas ideas respecto del desarrollo del sector agropecuario en la actualidad y, sobre todo, acerca de sus perspectivas futuras. Un saludo cordial a la rectora subrogante, a los vicerrectores, a los directivos y académicos de la universidad, a los representantes del sector privado que están acá y a los estudiantes, quienes se han dado un tiempo para estar aquí esta mañana.
Quiero comenzar recordando cuál es el peso del sector agropecuario en nuestro país, pero un poco más allá de los promedios. Ustedes, los estudiantes, saben muy bien que los promedios son útiles para tener una mirada general, pero cuando uno mira un poco más a fondo, detrás de los promedios, sobre todo en un sector tan heterogéneo como el agropecuario, puede encontrar cifras más precisas. Lo primero que resalta es que el “sector agropecuario” en realidad da cuenta del sector agropecuario y forestal, da cuenta más o menos de entre un 25 y un 30% (dependiendo del precio del cobre) del valor total de las exportaciones chilenas. Pero si se analiza con un poquito más de detalle, se descubre que la agricultura entendida como la fruticultura, la ganadería, la producción de flores, de semillas, de miel, etc., responden por más de 10 mil millones de dólares del valor de las exportaciones de nuestro país. Y no solo eso: el rubro es, con toda seguridad, la principal carta de presentación que tiene nuestro país en el extranjero.
Chile puede ser conocido fuera de nuestras fronteras no por demasiados factores. Tal vez algún futbolista famoso, tal vez alguna actuación especialmente meritoria de la selección chilena de fútbol o de algún otro deportista destacado. Pero también por sus bellezas naturales y por algunos de sus productos que provienen del sector agrícola, como los vinos y por sus frutas. Eso es lo que hace que nuestro país tenga una cierta imagen, un cierto conocimiento por parte de personas de otras partes del mundo.
Este país está en una esquina del mundo. Para llegar hacia el resto del planeta y hacernos conocidos debemos valorizar lo que Chile hace y produce. No ha sido sencillo, pero por ahora los sectores agropecuario y forestal responden (ya lo mencionamos) por entre 25 y 30% del valor total de nuestras exportaciones.
El sector agropecuario y forestal, como actividad primaria, representa poco menos del 3% del Producto Interno Bruto (PIB), pero si esto lo asociamos con los encadenamientos productivos, la cadena hacia adelante y hacia atrás –pero sobre todo hacia delante- el sector agropecuario y forestal está en torno al 10% del PIB. En un país donde la minería domina sin contrapesos, esta es la segunda actividad productiva en términos de agregación de valor, sin contar los servicios. Pero esa cifra oculta realidades que en regiones son mucho más poderosas, por eso señalaba lo de los promedios. Desde Santiago hacia el sur las actividades principales, prácticamente sin excepción, son la agricultura, la ganadería y el sector forestal. Hay algunas, regiones, como la de Los Lagos y la de Aysén, donde el sector acuícola ha ido adquiriendo una importancia fundamental. No está demás decir que el sector acuícola también está en nuestra cadena de oferta de alimentos para el mundo.
Por otro lado, el sector agropecuario emplea más o menos al 9% de la fuerza de trabajo total del país, a unas 700.000 personas en promedio al año. Pero otra vez las cifras cambian si nos vamos a provincia: en la región de O’Higgins el 25% de la fuerza de trabajo depende de la agricultura; en la región del Maule, entre el 15 y el 20%, y así sucesivamente hacia el sur. Incluso en algunas regiones del Norte Chico, como en Coquimbo y Atacama, que son regiones que tienen una actividad minera significativa, la agricultura también es importante. La segunda actividad, desde el punto de vista del empleo, de la generación de valor en Chile, es también por muy lejos la agricultura.
¿Qué es lo que quiero decir con esto? Que, efectivamente, si hay una actividad que involucra al conjunto de nuestro territorio es la agropecuaria y forestal. En Chile se hace agricultura o ganadería desde el extremo norte, desde el valle de Yuta, por ponerlo de manera muy precisa en la frontera con Perú por el norte, hasta la Patagonia. Yo vengo llegando de la Patagonia, desde la región de Aysén, y uno podría señalar que es sorprendente la vitalidad y la diversidad que se están generando en una región como esa, que está a 1.500 km de Santiago.
El punto que quiero marcar es que la actividad agropecuaria y forestal tiene un valor en sí misma, las cifras están ahí. Pero tiene un valor adicional, que tiene que ver con la forma en cómo usamos nuestro territorio, que la distingue de otras actividades productivas de una manera muy significativa.
Desde luego la diferencia a la minería. Basta con ir a Antofagasta y Chuquicamata para darse cuenta de que, claro, estamos en una región minera, pero al lado de aquella región minera no pasa mayor cosa. En cambio, si uno va a Curicó, que es la capital de las cerezas de Chile, se da cuenta de toda la articulación productiva, de los servicios que se generan alrededor de una actividad potente, dinámica, en el caso del sector agrícola.
Lo otro que les quiero señalar, es que efectivamente durante los últimos años el sector agrícola ha tenido un buen desempeño. En 2015 la agricultura y el sector forestal crecieron 9,8% en conjunto. Esa es una cifra que no se había registrado en las últimas décadas; solo un año, el 2011, inmediatamente después del terremoto de 2010, hubo un crecimiento parecido a ese. ¿Qué motivó esa expansión tan significativa y cuáles son los factores que razonablemente pueden adivinarse detrás de esa cifra y sobre todo detrás de las perspectivas futuras del sector? Es lo que también pretendo apuntar en los próximos minutos.
En 2015 fue 9,8% y en 2016 fue 4,5% sobre ese 9,8%, lo cual efectivamente es una cifra muy, pero muy significativa. En 2017 probablemente será menos que eso, pero de todas maneras tendrá cifras positivas. Entonces se trata de un sector económico que crece dinámicamente, que se expande, que aumenta su presencia en los mercados internacionales, que continúa correspondiendo al 8-9% del empleo nacional y, además, es el sector productivo que tiene la menor tasa de desempleo. Esto incluso en el último trimestre móvil, que toma una parte del invierno, es el sector de la economía chilena que tiene una menor tasa de desempleo y, en los próximos meses, desde noviembre hasta marzo, es un sector productivo que tiene pleno empleo. Entonces, lo que quiero decir es que hay que mirar al sector agrícola no como el pariente pobre de nuestra economía, como muchas veces ocurre, porque claro, si uno mira solo la cifra macro, dice bueno, la minería representa 5 veces más que la agricultura u otros sectores productivos, pero no hay ninguno que tenga la capacidad y el impacto regional y local que tiene el sector agrícola. Esto se los digo a ustedes, que son estudiantes, para que de alguna manera también tengan los argumentos para valorizar aquello a lo cual se van a dedicar durante su vida profesional.
¿Cuáles son los factores que explican por qué la agricultura está en estos momentos en un buen pie? En primer lugar, la demanda por alimentos. Si hay algo que, en las décadas siguientes, de aquí por lo menos hasta la mitad de este siglo, va a continuar como una realidad instalada, es el aumento de la demanda por alimentos. Hoy, en números redondos, hay 7 mil millones de habitantes en este planeta, y para el año 2050 habrá 10 mil. Esto significa que, en los próximos años, solo por expansión demográfica habrá un aumento de 30% al menos, probablemente un poco más. Esto significa también que, para la mayor parte de los alimentos básicos, fundamentalmente granos y proteínas, la producción de aquí al 2050 debe duplicarse. Entonces, la buena noticia para el sector agrícola es que tiene una demanda que continuará aumentando sostenidamente en los próximos años. La mala noticia es que la expansión de la oferta para responder a esa demanda debe hacerse en una situación de restricción respecto del uso de los recursos naturales, desconocida en los tiempos previos.
Hasta hace una década o un poco más atrás, el grueso de la expansión de la oferta de alimentos estaba dado por el crecimiento de la frontera agrícola. Eso casi se terminó, ya no hay, desde luego, en nuestro país, pero en la mayor parte de los países ya no tienen frontera agrícola sobre la cual expandirse. Lo que va a aumentar es la productividad y, por tanto, lo que se necesita es innovación, incorporación de tecnologías, inteligencia y eficiencia en los procesos productivos y cuidado respecto de los recursos naturales. En la OCDE hay una frase que sintetiza esto: la necesidad de producir más con menos, y creo que ese es el gran desafío que tiene el sector agrícola para el tiempo que viene, e incluyo a Chile en ese desafío.
Pero, primer dato: expansión de la demanda porque la población en el mundo sigue creciendo. Segundo dato, y este es muy particular y especial para Chile: la demanda para los productos que Chile produce depende no solo de la expansión demográfica, depende más del crecimiento del ingreso, porque aquellos productos que Chile ofrece al mundo son básicamente productos orientados hacia una producción de ingresos medios o medios altos, y ocurre que la expansión de la población en el mundo de ingresos medios -entendidos de una manera generosa entre 5.000 y 20.000 dólares de ingreso per cápita al año- crece el doble o el triple que la expansión demográfica. Por tanto, es una buena noticia para los representantes de la SOEX, pues la demanda por aquello que Chile produce mejor, frutas y hortalizas de calidad, va a crecer y continuará creciendo de manera más acelerada que la demanda, por ejemplo, de los granos como el trigo, como la soja o como el maíz. En consecuencia, tenemos un sector en que una de sus principales fortalezas es, precisamente, que con toda probabilidad podrá colocar en los mercados todo aquello que sea capaz de producir. Muy pocos sectores productivos pueden afirmar algo de una manera tan rotunda.
Segundo elemento estructural de fortaleza para el sector agropecuario y forestal: sus altos estándares en materia de sanidad animal y vegetal, en materia de inocuidad de los alimentos y en materia de calidad de lo que produce. Chile es libre de las principales plagas y enfermedades que afectan al comercio internacional.
Voy a mencionar solo dos: mosca de la fruta y fiebre aftosa (en el caso de la ganadería), desde hace más de 30 años y eso le ha permitido ir valorizando lo que hace. Para que manejemos una dimensión, a veces cuesta que entendamos lo que hemos hecho y que queramos a nuestro país: al sur del canal de Panamá el único país que es libre de fiebre aftosa y libre totalmente de la mosca de la fruta, es Chile. Parte de nuestra fortaleza tiene que ver con una política sistemática mantenida por décadas, destinada a tener los mayores estándares en términos de sanidad de los vegetales y animales, de todo aquello que se produce en nuestro país. La verdad es que, sin ello, esa una suerte de pasaporte o carnet de identidad, sin ello es muy difícil poder participar de los mercados internacionales, pero también es bueno tener presente que en esto nadie clava la rueda de la fortuna y que, en consecuencia, este es uno de los desafíos que obliga a mantener en tensión todo el aparato público y privado. Porque no solo enfermedades y plagas pueden ingresar a nuestro país, nosotros estamos sometidos a una presión biológica enorme, porque los países vecinos tienen estándares de sanidad menores que el nuestro. Cuando todos tengamos el mismo estándar la presión biológica será menor, pero ese momento está lejos y, en consecuencia, aquí hay un punto esencial de política pública que se debe sostener, mantener y perfeccionar en los próximos años.
No creo que sobre esto haya dos opiniones, pero el movimiento se prueba andando. Nosotros hemos tenido en estos años algunas plagas, como la polilla de la vid, que nos amenazó gravemente; hoy la tenemos en retroceso, pero cualquier descuido, si no mantenemos las políticas, se puede otra vez manifestar con virulencia. Entonces, yo señalo eso como un punto esencial de ahora y de los desafíos del futuro para el sector.
Luego están los temas de inocuidad, que siempre son actuales. Si uno analiza cómo ha sido la evolución del comercio internacional de alimentos, hasta hace poco más de una década la barrera principal eran los aranceles; aranceles altos, aranceles escalonados, bloqueos temporales, ventanas de acceso a los mercados internacionales. Eso, gracias a los tratados de libre comercio que Chile negoció en las décadas de 1990 y 2000, se ha disminuido significativamente. No es que no existan, pero Chile es uno de los pocos países del mundo que pueden mostrar acceso diferencial a todos los mercados de altos ingresos, la Unión Europea, Estados Unidos, Japón, por citar algunos, y a todos los mercados emergentes, China, Brasil, México, Turquía, etc. Tenemos hoy una situación que nos permite llegar en condiciones preferenciales a prácticamente el 85% de la población mundial; el 90% de lo que exportamos en materias de alimentos ingresa a los países de destino con algún tipo de preferencia. Eso ha sido consecuencia de una política pública, tal como con la sanidad animal y vegetal.
Así como antes la barrera principal eran los aranceles, luego las barreras principales fueron las exigencias en materia de sanidad animal y vegetal, que Chile también superó. La gran barrera de hoy son los estándares de inocuidad. Para decirlo en corto y sencillo: en este mundo los consumidores tienen un nivel casi ilimitado de acceso a información, buena o mala, verídica o no tan verídica, y eso determina que sean cada vez más exigentes respecto de lo que consumen y, en particular, respecto de lo que comen. Hoy nadie quiere comer un producto que le haga daño, que le haga mal a su salud; esa es la primera exigencia, pero la exigencia que viene y que ya está instalada es “yo quiero comer no solo lo que no me haga daño, yo quiero comer lo que me haga bien, lo que ayude a mantener una salud razonable”, a disminuir los gastos en salud, a sentirse mejor, etc. y, en consecuencia, la inocuidad es un tema fundamental si queremos mantener y ojalá ampliar nuestra presencia en mercados internacionales.
La principal barrera de hoy y de los próximos años para el acceso al mercado internacional de alimentos será el cumplimiento de los estándares de inocuidad, que estarán determinados de dos maneras: una, por el marco regulatorio que los países imponen. Básicamente los países de mayor desarrollo son los que van adelante en estas materias, Estados Unidos, la Unión Europea y cada vez más China. Entonces, los países que queremos participar en esos mercados tenemos que cumplir esos estándares. Pero hay una segunda manera, cada vez más importante para los estándares de inocuidad, que son los propios consumidores.
Basta con que una cadena de supermercados importante en Estados Unidos o en la Unión Europea decida que va a comprar solamente productos que estén excluidos de tal o cual componente o agroquímico, lo que sea, para que eso se imponga durante toda la vida de los consumidores antes siquiera de que haya una regulación determinada por el Estado respectivo. Entonces, aquí debemos tener una mirada que nos haga aumentar sistemáticamente nuestros estándares de inocuidad. Y quiero decir también que esto vale no solo para el consumidor japonés, norteamericano, chino o ruso; también vale para nuestros consumidores, no hay ninguna razón para que un consumidor chileno tenga acceso a alimentos con estándares de calidad y de inocuidad inferiores a los que tiene un ciudadano alemán, francés o español. Así es que aquí hay otro tema de política pública que exige, para el tiempo que viene, una atención sistemática y permanente.
Otro de los factores que garantiza la competitividad y que está detrás del crecimiento del sector, son los acuerdos comerciales. Ya lo dije, Chile probablemente el país en desarrollo que tiene un acceso garantizado a los mercados internacionales desarrollados y emergentes, como no hay ninguno de sus competidores. Hay algunos que están tratando de hacer algo parecido -Perú probablemente está relativamente cerca-, pero Chile les lleva 20 años de ventaja ese acceso preferencial a los mercados internacionales. Esa es una de las fortalezas que tiene nuestro país, pero que, en particular, tiene nuestro sector agroalimentario.
Desde luego hay otras características que ayudan a la posibilidad de tener un sector agroalimentario dinámico y competitivo, que tienen que ver con factores macroeconómicos. El tipo de cambio es la más visible, por supuesto. En la medida en que tengamos un tipo de cambio que favorezca la productividad de los bienes transables, sean exportadores o sean sustituidores de importaciones, eso ayuda a la productividad y a la competitividad del sector. En estos años hemos tenido buen nivel de tipo de cambio, pero soy consciente de que ahora hay alguna preocupación al respecto, no hay que olvidar la historia. Y la historia en nuestro país es que, si a la minería le va muy bien, si el precio del cobre es muy alto, al resto de los sectores productivos se le contrae la posibilidad de tener oportunidades para desarrollar su competitividad. Este es un equilibrio complejo, que exige la atención sobre todo de la conducción macroeconómica.
Pero hay otros factores, señalo uno: la energía. Recuerdo perfectamente cuando llegué al Ministerio, en 2014, y hablaba con algún representante del sector agrícola acerca del “precio de la energía” como una limitante severa para la competitividad del sector. Incluso en aquel tiempo existía el planteamiento de desarrollar un proyecto energético particular, especial para el sector productivo agrícola y agroindustrial. Bueno, esa amenaza, desde el punto de vista competitivo, ha desaparecido en estos años debido a la aplicación de buenas políticas públicas, que aumentaron la competencia y estimularon la inversión en energías renovables no convencionales; básicamente energía eólica y energía solar. Dos tipos de energía en los cuales nuestro país es rico y que, seguramente, en los próximos años le permitirá desarrollar aún más su competitividad no solo para el sector agrícola y agroindustrial, sino para todo el conjunto de la economía.
Entonces hay que mantener un equilibrio, que no es sencillo, entre buenas políticas públicas sectoriales y buenas políticas públicas macroeconómicas, que aseguren, que garanticen la competitividad general del sistema económico. Yo creo que en estos años hemos tenido, para el sector agrícola, las dos cosas. Siempre se puede perfeccionar, pero los buenos años de este sector, desde 2015 a 2017 y previsiblemente 2018, tienen fundamentos sólidos, de manera que es perfectamente posible decir que tenemos un sector agropecuario y forestal que no pasa por un período breve de bonanza, sino que tiene estructuralmente la posibilidad de ser un sector dinámico y de contribuir de manera muy decisiva al desarrollo de Chile. Sobre todo, a la diversificación de su matriz productiva, que es algo que en general uno escucha de manera muy repetida. Bueno, una manera muy concreta de apostar y fortalecer la diversificación de la matriz productiva de Chile: fortalecer y diversificar su sector productor de alimentos y, sobre todo, los encadenamientos que tiene hacia adelante.
¿Cuáles han sido las políticas públicas que han permitido y debieran sostener un crecimiento dinámico estructural en los próximos años? En primer lugar, los temas vinculados con la apertura comercial; que ya es muy amplia pero nunca es una tarea concluida, siempre es posible encontrar un país en el cual todavía necesitamos ampliar nuestro acceso, siempre es posible encontrar un producto o una línea de productos que, por las razones que sean, no tiene garantizado un acceso preferencial. Chile tiene hoy una condición que hace dos décadas no tenía. El desarrollo, como lo conocimos desde el término de la Segunda Guerra Mundial hasta hace 10 años, estuvo basado en la cuenca del Atlántico, del Atlántico Norte en particular. Allí estaba concentrado el desarrollo económico, el desarrollo del comercio, la gestación de las principales regulaciones, etc. Ese eje cambió hacia el Pacífico y Chile, por primera vez en sus 200 años de historia, tiene un “asiento en platea” para la cuenca en la cual se desarrolla y se desarrollará seguramente por el resto de este siglo, la industria, el comercio y las inversiones.
La semana pasada se efectuó la reunión de la cumbre de líderes de APEC (21 naciones), donde están todos los países que son parte de la cuenca del Pacífico, y ahí está Chile. Esa es hoy una de nuestras principales ventajas competitivas estructurales. El hecho de ser parte de la Cuenca del Pacífico, el hecho de tener una red de acuerdos como no tiene ningún otro país en esta parte del mundo, da cuenta del nivel de profundidad que tiene nuestra inserción con los países de la cuenca del Pacífico. Seguramente han escuchado que años atrás se negoció el llamado TPP, el Acuerdo de los Países del Pacífico, que incluía en ese momento a Estados Unidos. Bueno, Washington se retiró, pero ahora en la reunión de APEC hubo avances para construir un TPP de 11 países, sin Estados Unidos. Lo que les quiero comentar es que, en esa negociación, que era compleja, el único país que tenía acuerdos y tratados comerciales con los otros 10 países, era Chile; es una anécdota, pero da cuenta de la profundidad del esfuerzo que ha hecho nuestro país en los últimos 20 años por profundizar e institucionalizar sus relaciones económicas, comerciales y políticas en la Cuenca del Pacífico.
Ese es otro elemento fundamental para el desarrollo de Chile mirando hacia el futuro, y para el desarrollo de nuestro sector agroalimentario también. Cuando negociamos el acuerdo con China, más del 90% de las exportaciones de Chile eran cobre y minerales y el otro 10% era el sector forestal. La agricultura y la exportación de alimentos prácticamente no existían en los números del comercio bilateral. Hoy China es el segundo mercado de destino para nuestras exportaciones de alimentos y, si se mantienen las tendencias de los últimos años, en que la exportación de alimentos a China crece entre 15 a 20% al año y las del resto del mundo 3-4-5%, de aquí a fines de esta década y a comienzos de la próxima, China será el principal mercado de destino para las exportaciones chilenas de alimentos.
Les digo todo esto, a ustedes que están por empezar su vida profesional, para que lo tengan presente, porque efectivamente si uno mira las perspectivas futuras de nuestro país, aquí tiene también un pie, un ancla de fortaleza que seguramente va a ser parte de sus mejores perspectivas de desarrollo en los próximos años, si hacemos bien lo que tenemos que hacer; es decir, continuar profundizando nuestras relaciones a todo nivel con los países de la Cuenca del Pacífico, particularmente con los países asiáticos. A todo nivel quiere decir comercio, atracción de inversiones, relaciones entre los sectores privados, relaciones académicas (ojalá haya universidades de nuestro país que tengan vínculos institucionales con universidades de la Cuenca del Pacífico y de Asia); quiere decir relaciones políticas, tener buenos acuerdos no solo comerciales, sino también en el marco de la cultura, del mundo multilateral, de la política multilateral, etc.
Esa es una tarea permanente para nuestro país y para el sector agrícola es crucial. Si nosotros mantenemos una buena vinculación con los países de Asia, particularmente con las grandes economías, como China, Japón y Corea del Sur, y las grandes economías emergentes, como Tailandia y Vietnam, diría que tenemos garantizada nuestra posibilidad de expansión y de desarrollo.
Ya señalé, como tareas fundamentales hacia adelante, los temas de sanidad animal, vegetal, de inocuidad, y quiero agregar que, desde el punto de vista de lo que tenemos que hacer hacia adelante, tenemos que enfrentar, con buenas políticas públicas, pero por sobre todo con una buena coordinación público-privada, otros 3 o 4 factores que me parece estarán condicionando las posibilidades de desarrollo del sector.
El número uno, la adaptabilidad al cambio climático. Se habla mucho del cambio climático, parece algo abstracto; sin embargo, cuando uno mira las cifras, los números, cuando mira los niveles de precipitación, los comportamientos de las temperaturas y de la humedad, se da cuenta de que no tiene nada de abstracto, se da cuenta uno de que en los últimos 30 años hemos tenido cambios en esos parámetros, mucho más rápidos y más profundos que en los previos 100. La historia de la agricultura es la historia de la adaptabilidad. Desde que hay agricultura en el mundo, el desafío principal ha sido adaptarse a las condiciones climáticas, de suelo, de mercado de trabajo o de mercado internacionales, a las exigencias regulatorias, etc. El dato nuevo es que ahora esa exigencia es mucho más urgente y ocurre de manera mucho más rápida que en el pasado.
¿Qué quiere decir adaptabilidad al cambio climático en el caso de la agricultura chilena? Quiere decir, en primer lugar, más y mejor gestión de nuestros recursos hídricos. Necesitamos sostener, por los próximos 20 a 25 años, niveles muy altos de inversión en esta materia. No es el tema que nos convoca, pero quiero decir que en el gobierno de la presidenta Bachelet hemos pasado de un promedio de 1,5 gran embalse o grandes embalses por gobierno (que es el promedio de todos los gobiernos hacia atrás), a 6. Eso hay que sostenerlo, es caro, exige ingenierías financieras y voluntad política, pero en los próximos años tenemos que no solo terminar los que van a quedar avanzados, además hay que iniciar otros nuevos, iniciarlos en sus procesos, que son procesos largos, que toman más de un gobierno. Pero si no los hacemos vamos a tener, efectivamente, muy limitadas las posibilidades de desarrollo del sector agrícola.
Antes, cuando hablábamos de problemas de riego, hablábamos de las regiones de Atacama, de Coquimbo, de Valparaíso, Metropolitana, hasta el Maule, hasta ahí llegaba la demanda por riego. Hoy la demanda por riego llega hasta la Patagonia, adonde uno va le dicen: “mire, nuestro principal problema, nuestro principal instrumento para poder tener un desarrollo más dinámico es acceso a los recursos hídricos”, y eso significa acumulación de agua. No es que en Chile no haya agua, pero es posible administrarla y gestionarla mucho mejor. Hay que hacer una inversión sostenida en el tiempo de gran envergadura para acumular agua, para distribuirla mejor, impedir que se nos vaya por infiltración o por evaporación, y para aplicarla de una manera mucho más eficiente a nivel de los campos, a nivel predial.
Hoy Chile tiene entre 1.100.000 y 1.200.000 hectáreas bajo riego. Cuando tengamos el censo del año 2019 conoceremos la cifra con mayor exactitud, pero debiéramos tener 2 millones de hectáreas de superficie bajo riego: por ahora solo tenemos el 50% de aquel terreno con riego tecnificado, el otro 50% sigue siendo riego tradicional; sin embargo, debiéramos tener 70-80% del territorio con riego tecnificado. Ese es el tamaño de los desafíos. Nada de esto se hace de un año para otro, pero si no lo hacemos de manera sostenida, sistemática, prolongada en el tiempo, probablemente vamos a estar lesionando esta capacidad enorme, potencial, que tiene el desarrollo de nuestra agricultura.
Podríamos pasar de ingresos por 15 mil o 16 mil millones de dólares anuales, como ocurre hoy, a 30 mil millones anuales, en 12 años. A fines de la próxima década debiéramos estar por allí, pero eso significa básicamente inversión en recursos hídricos, en innovación y en desarrollo tecnológico.
Una de las consecuencias del cambio climático es que ha aumentado dramáticamente la presencia de plagas y enfermedades que no estaban previamente o que se mantenían latentes y que ahora se expresan con más fuerza. Para tener plantas y animales más resistentes a las nuevas condiciones, hay que conocer los escenarios posibles de evolución del clima. A través de las páginas web de la Fundación para la Innovación Agraria (FIA) y la Facultad de Ciencias Agronómicas de la Universidad de Chile, se puede acceder a un Atlas Agroclimático de Chile. Tiene una base de datos extraordinaria, ningún país de América Latina dispone de una información de ese nivel. Este Atlas muestra los escenarios posibles de evolución del clima región por región, provincia por provincia, sistema agroecológico por sistema agroecológico, en cada lugar de Chile, la evolución del clima basado en los datos previos y su potencial proyección y el impacto que tiene sobre la estructura productiva, las aperturas posibles a nuevas actividades que se abren, los cuidados y desafíos que hay que tener si queremos mantener una agricultura productiva en esas nuevas condiciones de cambio climático. Ese tipo de información es muy difícil de encontrar en América Latina, muy pocos países del mundo tienen programas de este tipo funcionando.
El segundo factor que se debe considerar para el desarrollo agrícola es la inclusión. Un sector que no es capaz de incluir a sus pequeños y medianos agricultores en los circuitos más dinámicos del crecimiento y expansión, será un sector que estará siempre amenazado por la inestabilidad. Entonces aquí hay un tema no solo de equidad social y territorial, hay un tema también de sostenibilidad desde el punto de vista social y económico. En la medida en que los pequeños y los medianos productores sean partícipes de esta tendencia a la expansión del sector agropecuario, tendrán mejores ingresos, mejores salarios, mejor calidad de vida, etc. Entonces vamos a poder tener, efectivamente, una mirada del sector con una perspectiva de mediano y largo plazo de estabilidad y de desarrollo potencial.
En tercer lugar, quiero destacar los temas de sustentabilidad ambiental. Esto ha estado muy de moda en nuestro país desde hace unas semanas. Creo que esta es una discusión inevitable en un país que se desarrolla. Siempre habrá una tensión entre la expansión de los sistemas productivos y el cuidado del medioambiente; es una tensión que no tiene una solución fácil, pero creo que es necesaria para un país como Chile, donde hay muchos ecosistemas muy frágiles. Basta pensar en lo que tenemos en el Norte Chico o en la Patagonia, que son ecosistemas frágiles. Se requiere incentivar actividades productivas, sí; pero también se requiere ser muy riguroso respecto del impacto medioambiental de esas actividades productivas. Se requiere una institucionalidad ambiental capaz de responder a esos desafíos. Se requiere un sector privado con la conciencia social y ambiental necesaria para desarrollar sus actividades productivas considerando estas variables. Ese es el tipo de desafío que en materias de sustentabilidad enfrentaremos en el futuro, lo digo no solo para cuidar nuestro medio ambiente, lo digo para también garantizar el acceso a los mercados, porque en los próximos años, así como están los temas de inocuidad, de sanidad, estarán también otros, vinculados con el impacto de los procesos productivos sobre los recursos naturales. La huella de carbono, la huella de agua son hoy algo que ya se pregunta, y que en el futuro cercano probablemente se exigirá. En consecuencia, aquí también tenemos otro elemento del cual preocuparnos.
Lo último que quiero señalar es que hay otro factor que me parece indispensable, que en el caso del sector agropecuario o agroalimentario hemos, yo creo, manejado con relativo éxito, pero sobre el cual hay que persistir. En el sector agropecuario, probablemente más que en otros sectores de la economía, es necesario generar un conjunto de bienes públicos que no se pueden generar sin una coordinación, una articulación estrecha entre el sector público y el sector privado.
Hay algunos que son muy obvios, como el de la sanidad animal y vegetal. Si queremos eliminar la plaga de la polilla de la vid, por ejemplo, el sector público coloca recursos, ayuda a definir una estrategia, supervisa, pero si no tiene la participación y el compromiso del sector privado, cualquier esfuerzo que hagamos está destinado al fracaso. Entonces, sanidad es un tema obvio, tenemos ahora el episodio de la fiebre Q en el sur, bueno, si no lo trabajamos juntos con los ganaderos y los productores de la zona, va a ser muy difícil controlar ese susto con la fiebre Q. Pero esto que estoy comentando acerca de la sanidad, que es completamente obvio, vale para la promoción de nuestros productos en el exterior. Si no hay un trabajo público y privado coordinado, si cada uno anda por su cuenta, probablemente los impactos van a ser parciales o nulos, porque efectivamente aquí se trata de tener un esfuerzo conjunto en que aparezca un país detrás de una tarea de promoción de imagen.
En apertura comercial ocurre algo parecido. Si la política pública se limita a rebajar los aranceles y luego se olvida, es algo que tampoco tiene impacto concreto sobre el desarrollo productivo del sector. Una pre-condición para garantizar desarrollo de nuestro sector es un adecuado trabajo de coordinación público y privada. No quiere decir que hay que estar de acuerdo en todo, pero sí quiere decir que en lo esencial hay que tener la disposición de caminar en la misma dirección.
Voy a referirme a una última cosa. Vamos a tener la posibilidad de ser, no sé si una potencia agroalimentaria, ese es un gran eslogan, pero sí un país que tiene muy bien aprovechados sus recursos para garantizar los alimentos, el desarrollo de sus ciudadanos y también de garantizar alimentos para el mundo. Por eso también entre los desafíos del próximo tiempo está la agregación de valor. Este es un tema que probablemente sea materia de preocupación de ustedes aquí en la universidad. Qué quiere decir agregarle valor hoy a la producción. Básicamente quiere decir agregarle inteligencia, innovación. Si esa pregunta nos las formulábamos hace 10 -15 o 20 años alguien hubiera dicho, no, de lo que se trata aquí es de procesar, industrializar, ojalá meter las cosas en una lata y exportarlas. En el caso del sector agropecuario, eso definitivamente no es así, salvo algunas excepciones obvias, como en granos o lácteos. Pero hablemos de la agricultura, de la fruticultura: cosechar una cereza en Curicó durante la próxima semana y un mes después tenerla en el mercado chino como si se hubiera cosechado en el día anterior tiene una agregación de valor enorme. Eso es algo que hay que seguir trabajando, pero hay que ponerle un segundo piso. La semana pasada tuvimos la oportunidad de inaugurar un programa que busca la identificación de factores funcionales específicos en los alimentos; pongo un ejemplo, el tomate. El tomate tiene entre sus componentes el caroteno. El caroteno es uno de los mejores antioxidantes que hay en el mundo. Bueno el desafío es cómo conseguimos, primero, tener tomates con más caroteno y, en segundo lugar, cómo aislar de ese producto el caroteno y transformarlo en algo de fácil acceso para los consumidores que le agregue valor a lo que estamos haciendo. Ese creo que también es un desafío indispensable si queremos pasar de 15 mil millones de dólares al año a 30 mil, porque, así como hoy tenemos 320 mil hectáreas de frutales y 120 mil hectáreas viníferas, no vamos a pasar a tener el doble ni de frutales ni de viníferas, ¿cómo entonces pasaremos de 15 mil a 30 mil millones de dólares al año? Agregándole valor, inteligencia a toda la cadena. Y ahí yo creo que, felizmente, muchos de los estudiantes que están aquí van a tener la posibilidad de hacer su aporte en los años que vienen.
Quiero quedar hasta aquí, rectora. Simplemente agradecerles por el hecho de haber estado aquí hoy y reiterar que, al menos desde mi punto de vista, el futuro del sector agropecuario tiene enormes perspectivas, que seguramente será uno de los pilares para el desarrollo de Chile; que para muchas regiones de Chile la posibilidad de calidad de vida y de ingresos de su gente dependen de un adecuado crecimiento del sector agropecuario y de si hacemos bien las cosas entre el mundo académico, en el sector privado y en el público.
Con esto termino y les doy nuevamente las gracias por haber estado hoy aquí. Muchas gracias.