Artículo recibido el 30 de septiembre y aceptado el 25 de octubre 2014.
Autor
Cristian Leyton Salas11
Resumen
Los estados, en su generalidad, nacen y se desarrollan a la sombra de un sentimiento permanente de temor frente a las otras entidades. La estructura misma del sistema internacional, anárquico, determina diversas percepciones de amenaza, una de ellas es la absoluta, es decir la aprehensión a observar su autonomía e integridad territorial menoscabada. Un tipo extremo, pero común de percepción de amenaza, es la del “politicidio”, esto es ser objeto de un sentimiento de aniquilamiento o extinción de la forma estatal. Hoy, frente a las visiones integracionistas, cooperativas y colaborativas dominantes, es esencial observar la evolución de las percepciones de amenaza a fin de evaluar la naturaleza de los cambios y ver cómo podrían proyectarse en el futuro.
Abstract
States, in its generality, are born and developed in the shadow of a permanent sense of fear against other entities. The very structure of the anarchic international system introduces various threat perceptions; one is absolute, ie the apprehension to observe their autonomy and territorial integrity undermined. The Politicide, is an extreme but common type of threat perception, that means being object of a feeling of annihilation or extinction of the state form. Today in front of integrationist vision, cooperative and collaborative dominant, it is essential to observe the evolution of threats perceptions in order to assess the nature of the changes and how they could be projected into the future.
Un sistema internacional en mutación
Revolucionarios cambios sistémicos han sacudido los equilibrios de fuerza y de intereses mundiales como consecuencia del desmantelamiento de la URSS hace ya más de veinte años. Transformaciones globales remecieron hasta los más profundos cimentos de un orden internacional fundado en la polarización ideológica, así como en el monopolio dual de los destinos políticos, económicos y militares del conjunto del planeta.
Si el advenimiento del siglo XXI es para muchos la señal de un nuevo período en el desarrollo social humano, no cabe duda alguna de que el año 1989 inaugura un cambio medular en los pilares que sostenían el sistema internacional: el siglo XXI comenzó, efectivamente, once años antes.
No cabe duda alguna de que la transformación anterior trajo consigo dos cambios cardinales en los pilares que sostenían las relaciones de estabilidad estratégica del sistema internacional, aquel de naturaleza bipolar: por un lado, la difusión de la potencia y, por el otro, lo que podríamos calificar como el “estallido de la amenaza”. Ambos fenómenos introdujeron importantes cambios en el ámbito de la percepción de amenaza por parte del conjunto de los entes estatales en la escena mundial. La búsqueda de los nuevos intereses nacionales presuponía, de manera clara, la identificación de los nuevos factores de riesgo para el alcance de los mismos nuevos objetivos.
Hoy el sistema internacional aún se encuentra en proceso de transición y de reposicionamiento de sus intereses vitales. La transición del conjunto del sistema internacional hacia un orden sociopolítico, socioeconómico y político-estratégico sigue en marcha. No se detiene.
La percepción de amenaza estatal, es decir la sensación interior que resulta de una impresión material hecha en nuestros sentidos,12 se encuentra hoy sometida a cambios constantes, lo que imposibilita el surgimiento de un régimen de estabilidad estratégico capaz de disminuir a un nivel predecible las orientaciones del comportamiento estatal vecinal, regional e incluso mundial.
La apertura de Chile al mundo, a comienzos de la década de los noventa, inauguró un cambio estructural de los fundamentos que ha centralizado durante cerca de un siglo la percepción de amenaza externa chilena, vale decir su condición de Estado-fortaleza. De esta forma la representación de peligro evoluciona, desde una eminente político-estratégica y vecinal, hacia otra más amplia, vale decir socio-económica y extra-regional. En otras palabras, los intereses nacionales en su lectura político-estratégica dejan de ser únicamente continentales y enfocados a la promoción y defensa de la soberanía nacional, así como de la integridad territorial, para adquirir también un carácter extra-continental y regional.
La percepción de amenaza chilena atraviesa, así como el sistema internacional, un período de profundos cambios.
Si entre 190213 y 1989 las fuentes primarias de amenaza para la seguridad exterior chilena eran claras, reconocibles y, por ende, posibles de proyectar globalmente, esto no puede aplicarse al período inaugurado a partir de 1990, menos aún a partir del comienzo del siglo XXI.
En función de lo anterior, el Cono Sur latinoamericano ha conocido, a partir del último decenio del siglo pasado y comienzos de este nuevo milenio, un fenómeno particular: la disuasión cohabitando con un avanzado proceso de cooperación.
Fenómenos contradictorios emergen. Mientras por un lado se inauguran programas de modernización bélica y se instauran nuevas alianzas extra-regionales, por otro lado, se busca la asociación económica y la implementación de medidas de confianza mutua. Las percepciones de amenaza tradicionales, especialmente aquellas dirigidas a garantizar la protección externa del país, coexisten con nuevas percepciones de peligro para la seguridad nacional. No obstante, la debilidad de las estructuras socio-económicas de América del Sur introduce la problemática de la fragilidad socio-política, lo que obliga a repensar constantemente los escenarios de conflicto en el corto, mediano y largo plazo.
Al fenómeno de “difusión de la potencia” hay que agregar otro, aquel de “desplazamiento de los polos de poder”: nuevos actores estatales buscan acumular parcelas de poder, otros ceden parte de éstas, así como otros simplemente las reniegan.
Lo anterior genera un reordenamiento del mapa de poder regional y subcontinental. Bajo el prisma anterior, la percepción de amenaza chilena, vale decir, la proyección de los factores que alimentan, influyen y determinan nuestro posicionamiento estratégico en el Cono Sur, conocen un cambio mayor con respecto al ciclo precedente (1902-1989). La capacidad de proyectar escenarios de conflicto y paz, de crisis y de conciliación de intereses, es menos precisa y a su vez más compleja.
Ahora bien, no solo somos testigos de los dos fenómenos anteriores, sino que además se cristaliza lenta pero progresivamente un “estallido o fragmentación de las fuentes de amenaza y riesgos”. La criminalidad internacional transfronteriza tiende a transformarse y desplazarse hacia espacios vacíos, adquiriendo nuevas formas de expresión ilícita. Lo anterior se traduce en que las capacidades tradicionales de lucha en contra de dichos flagelos se ven sobrepasadas y la pregunta en cuanto a la participación de fuerzas regulares en su contención y lucha se hace escuchar.
La vulnerabilidad del territorio nacional es estructural y fuertemente dependiente del contexto estratégico vecinal y regional. En este contexto, los factores de amenaza nunca desaparecen completamente, estas pueden transitar desde una amenaza real, inminente, a otra potencial.
Chile ha experimentado, desde su nacimiento como república, y hasta muy avanzado su desarrollo como nación, un sentimiento de politicidio, es decir, una percepción de amenaza vital y existencial. Desde esa postura, se edifica, lenta pero progresivamente, una percepción de “Estado-fortaleza”, postura que se verá cristalizada hacia finales del siglo recién pasado, para conocer una transformación en el siglo actual.
El fin de la URSS transformó las percepciones de amenaza de toda la estructura política y político-estratégica mundial, incluida la sudamericana.
En el modelo de distribución de las rivalidades, muy bien descritas por Jack Child en su obra “Geopolitics and Conflict in South America”, se genera un cambio estructural, pasando nuestro continente desde una fase en la cual dos estados postulaban a la hegemonía –Brasil y Argentina–, hacia otra en donde solo un poder busca prevalecer –Brasil–.
En torno a cada una de esas potencias, un séquito de países les orbitaba buscando su protección, o buscando formar parte de sus respectivas embrionarias zonas de influencia. Esta fase de transformación acelerada de la distribución del poder en Sudamérica se tradujo en la aparición de vacíos de poder de tipo estatal –unos adquieren preponderancia, otros decadencia– o de naturaleza territorial –zonas o espacios sin ley–.
Frente a dicho nuevo escenario, Chile observa cómo su tradicional y dominante postura de “Estado-fortaleza” se desvanece positivamente. Las fuentes de amenaza estatales tienden, en una primera fase (1990-2001), a diluirse, generando una tendencia a repensar la postura geoestratégica y geopolítica que alimentó por décadas una visión militarizada de la paz entre Chile y sus vecinos. En una segunda fase, desde el 2001 hasta la fecha, se aprecia una cohabitación entre la postura de apaciguamiento o detente y la tradicional. La percepción de politicidio, en estas últimas fases, deja de predominar y determinar la postura de defensa chilena.
A. La construcción de la percepción de politicidio
La percepción de amenaza puede expresarse en términos “absolutos”. Por amenaza absoluta hacemos referencia a la eventualidad de ver, no solo limitada la soberanía de un Estado sobre determinadas competencias estatales (perdida de poderío defensivo u ofensivo, por ejemplo), o sobre específicas zonas geográficas, sino que además puede verse desposeído de todo poder soberano, tanto sobre su población o el espacio geográfico sobre el cual dicha entidad materializó su poder político. En otras palabras, nos referimos al escenario extremo en el que se evidencia una desaparición física o política de la entidad estatal y, por ende, a todas las consecuencias que de este hecho se desprenden. De lo anterior emanarán dos enfoques asociados al concepto de “politicidio”. Observémoslo.
La idea según la cual conflictos de naturaleza externas al cuerpo social tienden a generar y reforzar determinadas imágenes negativas que una entidad político-social tiene de la “otra”. Esta visión se presentará profundamente arraigada en la teoría psicosocial y en la denominada percepción psicopolítica. Tomkins e Izard14 definirán este proceso como uno “circular de magnificación incremental”. Dicho proceso se desencadenaría, según esta construcción teórica, en momentos en que una secuencia amenaza-defensa-amenaza se desarrolla entre dos entidades cualesquiera. En otras palabras, a cada postura defensiva que es adoptada por una entidad para neutralizar las fuentes del riesgo y de amenazas percibidas, ésta sería sobrepasada por otra amenaza, aún más fuerte y vigorosa. Cada quiebre de la relación de neutralización de la postura de defensa implicaría, en este sentido, un incremento de la imagen sociopolítica de animadversión que una entidad construye de la otra. La lógica tradicional de “acción-reacción” de Barry Buzan se instala.
En función de lo anterior, ante cada acción o inacción de la entidad percibida como una amenaza o riesgo, una reacción opuesta es generada. Un ciclo de hostilidad se instala, desarrolla y se proyecta en el tiempo, dando lugar a escenarios de rivalidades duraderas.15 Ejemplos de relaciones de hostilidad institucionalizadas en el sistema internacional abundan: las relaciones greco-turcas, la peruano-chilena, la israelí-árabe, la franco-alemana, la sino-nipona, entre otras.
En el caso israelí-árabe, específicamente, la percepción de amenaza israelí es “absoluta”; es decir, una de politicidio, desde el nacimiento mismo de la entidad judía.
Desde la perspectiva de Seliktar, plasmada en su obra “New Zionism and Foreign Policy System of Israel”, la amenaza observada por la entidad hebrea sería “física” y no solo declaratoria ni subjetiva. Dos factores estarían en la base de tal percepción: en un primer momento, determinadas entidades árabes habrían, de forma reiterada, indicado su intención de destruir físicamente el Estado de Israel a través de una Guerra Santa (yihad), al ser una entidad considerada un agente cultural externo y extraño al concierto de entidades musulmanas del Medio Oriente. En este sentido, el politicidio debe ser comprendido como el deseo de aniquilar físicamente a Israel mediante una guerra prolongada en el tiempo, pero fundamentalmente de carácter sistemático, mediante un conflicto generalizado y total; o a través de una negación cultural y política del derecho a existir del Estado hebreo. Un segundo factor estaría asociado, según este mismo autor, al apego histórico-religioso de los judíos a Eretz Ysrael, la denominada “Tierra Sagrada de Israel”, que coincide con el extinto Reino de David, que integraba a todo el actual Estado de Israel, incluyendo Gaza, Cisjordania, el sur de El Líbano, parte de Siria y todo el Desierto del Sinaí.
El politicidio entonces implicaría dos enfoques. Por un lado, el deseo de otra entidad estatal o paraestatal de destruir físicamente a la entidad considerada como geopolíticamente extraña, rompiendo con ello los esquemas de equilibrios de poder en un espacio determinado. Esta postura implica considerarla como una fuente de riesgo político para ciertos objetivos nacionales permanentes del Estado, como podría ser una determinada supremacía sobre un espacio geopolítico dado o, por ejemplo, un proceso de expansión territorial destinado a alcanzar el primer objetivo (caso de Prusia versus la Francia Imperial Napoleónica). De la misma manera, una postura de este tipo podría estar asociada a reivindicar espacios territoriales considerados como formando parte de una herencia política anterior (Alemania hitleriana vis-a-vis de Austria).
Por otro lado, el politicidio puede tomar una forma menos objetiva o física, y más subjetiva y política. En este sentido, ideologías de naturaleza irrendentistas cristalizan y materializan, políticamente hablando, un enfoque de neutralización de la capacidad de autonomía gubernamental de una entidad estatal cualquiera, en particular si dicha entidad es identificada como una barrera política que se erige, impidiendo desarrollar, por ejemplo, procesos de expansión territorial que buscan, teóricamente, la reunificación territorial y política de una entidad dada. El objetivo del enfoque deja de ser una aniquilación física del Estado en cuestión, optando por favorecer un control político del aparato estatal, de sus clases políticas, en general.
B. Condiciones del politicidio
El politicidio, bajo cualquiera de sus enfoques, se desarrolla al amparo de ciertas condiciones psicopoliticas, es decir, conductas políticas inspiradas, estimuladas y materialmente desarrolladas en función de percepciones sociales y culturales de animadversión hacia otra entidad. Decisiones de naturaleza estatales generadas, planificadas y adoptadas por ciertas imágenes mentales, transformadas en políticas públicas, que denotan intenciones negativas.
Vamik Volkan ha desarrollado una profusa y profunda teorización en torno a lo que él denomina el “chosen trauma” o trauma elegido, hecho que condicionaría el surgimiento de ideologías irrendentistas, ideologías que tienden a buscar materializar acciones de politicidio.
Para Volkan, el trauma elegido constituye la imagen de un evento pasado vivido por un grupo humano, habiendo sufrido, en el trascurso del mismo, sentimientos o percepciones de indefensión, de humillación y de pérdidas individuales o colectivas en manos de otro grupo humano. Este tipo de “traumas psicopolíticos” poseería la característica de generar y regenerar, constantemente, a través del tiempo, imágenes y representaciones colectivas compartidas, de naturaleza traumática, que evidencien una lesión o daño psicológico negativo y duradero por parte de un grupo humano.
Un aspecto central de estos “traumas socio-políticos” dice relación con la transmisión transgeneracional del mismo hacia las venideras generaciones de connacionales, delegando en ellos la misión de “hacer justicia”, “lavar la afrenta” o “recuperar lo usurpado”. En este sentido, una característica de las sociedades traumatizadas es que, usualmente, existe en ellas un desfase entre la generación que evidenció los hechos y fue objeto, sujeto y testigo de los mismos, y aquella que ha sido encargada de asumir y resolver las percepciones de humillación, pérdida y vergüenza. En esta instancia, las élites desempeñarían un rol central: elegir el trauma que cohesionará psicológicamente a la sociedad, reactivándolo, dadas ciertas condiciones, y luego transformándolo en posturas de victimización o de venganza.
El llamado “trauma elegido” por la elite dominante debe poseer, además, la característica de ser internalizado en el recuerdo social a fin de que forme parte de la identidad nacional del país autopercibido como “víctima”. De la misma forma, dicha élite estará llamada a aislar y elegir un vehículo transmisor del trauma. Un vector histórico, cultural, territorial, social, político, económico o incluso militar, capaz de articular una movilización colectiva en torno y función de intereses de corte nacionalistas cuando ello se perciba como necesario. El trauma elegido se insertará al interior de un síndrome post traumático.
Todo Síndrome Post Traumático (SPT) se genera por dos condiciones basales, entre las que encontramos, por un lado, la experimentación de una amenaza a la integridad física de la entidad (muerte o amenazas) y, por otro, reacciones de aprehensión intensas frente a hechos sobre los cuales no se tiene la capacidad de influir en cuanto a su inicio ni término. En este mismo sentido, el SPT tiene la característica de reeditarse, revivirse de manera permanente. Todo recuerdo o símbolo que materialice la remembranza del proceso traumático no hace sino reeditar un proceso de ansiedad, ya sea ante la pérdida territorial, una ocupación militar o la experiencia de percepción de humillación.
Se observa que una de las expresiones políticas más claras y objetivas asociadas a dichos traumas psicopolíticos dice relación con el surgimiento de ideologías irrendentistas (inspiradas en el fascismo italiano: “¡Italia irredenta!”), en otras palabras un cuerpo de ideas articuladas en torno a aspiraciones políticas concretas, físicas y reales destinadas a “recuperar algo perdido”, como territorios, límites o grupos humanos, absorbiéndolos mediante el desplazamiento de límites fronterizos. En este sentido, el irredentismo tiene la característica de declarar la no-renuncia a recuperar determinados espacios con una alta valoración simbólica, económica o militar, todo ello en función de alimentar ideológicamente y sostener políticamente en el tiempo sociedades con clara tendencia hacia la fragmentación. La ideología irrendentista no puede tomar forma en ausencia de liderazgos políticos que directa o indirectamente no elijan un trauma ni decidan explotarlo sociopolíticamente.
Volkan avanzará en su obra “Blind Trust: Large Groups and Their Leaders in Times of Crisis and Terror” la existencia de dos tipos de liderazgos: uno “reparativo”, cuyo accionar busca solidificar la identidad del grupo sin que ello implique devaluar o criminalizar al otro grupo “victimario”; y otro “destructivo”, en el que se da como objetivo solidificar el sentimiento de amenaza de su propio grupo, de animadversión hacia el victimario, incluso de venganza. Un efecto claro de esta inyección de nacionalismo negativo en un grupo humano no solo posee la capacidad de generar intencionalidades revanchistas en él, sino que también tiende a generar el efecto opuesto en el grupo-objetivo.
C. Liderazgos, percepciones de amenaza y traumas históricos
La elección del trauma a instrumentalizar y los mecanismos sociopolíticos y socioculturales a transmitir “transgeneracionalmente” serán asumidos por un liderazgo individualizado o, en su defecto, asumido por agrupaciones políticas de elite.
Vamik Volkan señala que en tiempos de estrés colectivo, tales como crisis económicas, cambios políticos drásticos, movimientos sociales o guerras, los grupos humanos socializados tienden a buscar la protección y adoptar posturas de defensa de sus propias identidades. En este sentido, Erikson16 avanzará el concepto de “core identity”, describiéndolo como un persistente (sentido de) semejanza al interior de uno mismo…un persistente (sentido de) semejanza al interior de uno mismo…un persistente sentido de compartir un tipo de carácter esencial con otros.17
Todas las sociedades poseen ese core identity o identidad nuclear, la cual se expresa a través de relaciones y vínculos sociales subjetivos, tales como sentimientos de unicidad étnica, religiosa o nacional. Kernberg es claro en señalar que siempre existe un implícito liderazgo primitivo en la fantasía de pequeños así como de grandes grupos humanos, un liderazgo cercano al ideal primitivo de ego maternal…el cual pareciera siempre estar defendiéndose de las amenazas a su propia identidad y de la violencia de grandes grupos.18 En ese sentido, la sumatoria de los sentimientos de identidad individuales se erigirá como la identidad nuclear general compartida por grandes grupos humanos. Es así como cualquier acción percibida como atentatoria contra esa “unificidad” nacional por aquellos grandes grupos (sociedad nacional que comparte un territorio específico) desde otro, es considerada como un acto de animadversión u hostilidad. Anzieu19 hará referencia, en este mismo sentido, a la existencia en cada grupo humano de un determinado ego ideal primitivo maternal, un liderazgo que se erigiría como el promotor de la defensa de dicha “core identity” del conjunto del grupo.
Desde esta perspectiva, el trauma elegido constituye una vivencia representada, simbólicamente, bajo la forma de una imagen social compartida, de un choque emocional evidenciado por todo el grupo humano, tratándose de una lesión en el inconsciente colectivo que tiene la característica de haber sido producida como resultado de eventos generados por “otro grupo nacional”. Los efectos de dicho trauma se cristalizarán en el surgimiento de diversos sentimientos, reales o no, de indefensión, humillación, odio, venganza, revanchismo e irredentismo.
El trauma elegido se materializa mentalmente por medio de una “elección inconsciente” del evento traumático y se proyecta como resultado de la imposibilidad del grupo-víctima de revertir la herida-narcisista y la humillación infringida. Desde este enfoque, dicho evento traumático será “depositado”, como lo avanza Volkan en la autorepresentación individual de las nuevas generaciones, transmitiéndose de manera permanente y sistemática de un grupo humano hacia otro y de una generación a otra.
Señalemos que el liderazgo bajo este enfoque desempeñará un rol central en la movilización mental del evento traumático y su materialización en acciones concretas. El liderazgo desempeñará la tarea de reactivarlo sobre la base de lo que podríamos calificar como “hitos históricos trasformadores”, eventos propios de la evolución social de los grupos humanos organizados en torno a entidades estatales o políticas que despiertan sentimientos de revanchismo, de venganza o de re victimización social. El liderazgo asume el rol de magnificar y estructurar los hitos en torno a ideas políticas e ideologías de corte irrendentistas.
Finalmente, Volkan identificará siete características del accionar social del líder. Siete características que, puestas en práctica juntas, crearán un liderazgo constructivo o negativo:
a. Reconocimiento de un sentimiento de “we-ness”, o de falta de identidad, hecho establecido desde la infancia misma, y que el líder se encarga de “despertar”.
b. Identificación de los niños con los padres y figuras significantes del grupo humano nacional.
c. Proyecciones simbólicas y subjetivas que definen al grupo en términos de “otro”.
d. Glorias elegidas.
e. Traumas Elegidos.
f. Influencia del líder y la generación de una ideología.
g. Símbolos.20
El tipo de liderazgo negativo se caracteriza por poner en práctica una planificación política destinada a:
a. Incrementar el sentimiento de victimización de un gran grupo humano de connacionales.
b. Reactivar el “trauma elegido”.
c. Incrementar el sentimiento de “nosotros” (we ness).
d. Devaluar al enemigo hasta un nivel de deshumanización.
e. Crear una actitud de revancha o reactivar una ideología irrendentista dormida.
Trauma psicopolítico peruano
Establezcamos que el Perú, su sociedad y su clase política parecen haber sido expuestos a través de la historia a hechos que han generado un síndrome de la naturaleza antes expuesta. Traumas psicopolíticos que, como ya lo habíamos señalado anteriormente, han desencadenado un proceso de transmisión transgeneracional de traumas, los que podrían haber sido instrumentalizados por su elite. Una hipótesis que, en vista de una cierta conducta sociopolítica, podría ser considerada como objeto de estudio real y específico.
Desde una postura crítica y preliminar, se evidencia la presencia de dos grandes supuestos axiomas que alimentarían la postura anterior. Primero, la idea según la cual el conflicto bélico de la Guerra del Pacífico y sus consecuencias posteriores frenaron una fase de reorganización política y económica peruana natural. Todo indica, sin embargo, que la decadencia post-independentista peruana fue consistente en el “tiempo político” del país del norte, y no se detuvo. El caudillismo limeño gobernó la fase que va desde 1826 –nacimiento mismo del protoestado peruano– hasta el comienzo de la Guerra con Chile. Un trauma interno, la incapacidad de las clases dirigentes de orden para frenar el fenómeno caudillista y la fragmentación político-étnica del espacio peruano, parecen haber impedido la estabilización del proceso de afirmación de la institucionalidad peruana, fenómeno que incluso parece extenderse hasta hoy en día.
Segundo, y en función de la idea precedente, la guerra impuesta por Chile habría obstruido el “normal” desarrollo político peruano e impuesto una fase de “reconstrucción nacional”. Académicos peruanos de renombre, como Julio Cotler, por ejemplo, han cuestionado la existencia misma de una “nación peruana” en la fase anterior a la Guerra del Pacífico. No pudo haber “reconstrucción nacional” cuando no se había hecho visible ni materializado una “Nación peruana”, en la acepción moderna del término. Luego del fin del conflicto, no se apreciaría la reconstrucción del espacio peruano, sino la construcción de una embrionaria entidad estatal peruana. Chile no frena, entonces, el normal desarrollo político peruano, sino que todo lo contrario: lo acelera, cristaliza, facilita. Una hipótesis a trabajar.
Los axiomas antes señalados no son más que dos ejemplos, y no hacen sino desnudar los síndromes post traumáticos que evidencia la sociedad peruana en función de la imagen de Chile.
No cabe la menor duda de que las dos condiciones necesarias para el surgimiento del SPT en la sociedad peruana están presentes. La amenaza a la integridad física, bajo la forma de un conflicto que se saldó por una larga ocupación de su capital por una potencia externa, por la pérdida de territorios y la amenaza de desmembramiento. Desde un plano interno, la amenaza a la integridad física del espacio peruano en manos de sus propios habitantes, como es el caso de la amenaza indigenista y el estallido étnico y social producto del sistema económico esclavista que se mantenía vigente hasta antes de la guerra con Chile, sin olvidar las guerras civiles secesionistas internas.
Por las razones precedentes, la lógica de naturaleza “revanchista”, es decir la idea socializada y politizada en cuanto a la necesidad de “reintegrar lo perdido” o “restaurar la pérdida”, parece seguir presente en determinados segmentos de la sociedad limeña. No obstante, se aprecia un cambio lento, pero progresivo.
La pregunta medular queda planteada: ¿cómo solucionamos definitivamente las relaciones de animosidad histórica con Perú? ¿Existe una solución conciliatoria o solo la disuasiva y coercitiva? ¿Existe una “tercera vía”? ¿Cómo solucionar la cuestión peruana?
La postura a la cual hemos hecho alusión se asocia con la idea del we-ness y del trauma elegido. Tanto así que la sistematización del recuerdo de eventos pasados producidos hace ya más de un siglo, en el marco de la Guerra del Pacífico, pero cuyos efectos se hacen sentir hasta el día de hoy, recuerda un concepto utilizado en los estudios psicopolíticos: el de “transmisión transgeneracional de traumas”. La idea es identificar de qué manera ciertos liderazgos instrumentalizan dichos “traumas elegidos”, y por qué razón eligen solo algunos y no todos.
Habíamos señalado que la “transmisión transgeneracional” implicaba que ciertos eventos, por su naturaleza traumática, generaban efectos emocionales de una impresión psicopolítica negativa y duradera. Según este mismo enfoque, dichos eventos traumáticos poseen características que les son únicas: un sentimiento conjunto de humillación, indefensión, vergüenza y deshumanización. El Perú, su sociedad y clase política, evidenciaron tales sentimientos en la fase posterior al conflicto del Pacífico. La ocupación militar de Lima, capital del Perú, constituye un complejo hito, de la misma forma que la absorción territorial soberana de Arica. El primer trauma forma parte de los libros de historia, el segundo está presente en la vida diaria de Tacna.
Otra característica de este fenómeno dice relación con la transmisión de una generación a otra de la representación del “enemigo chileno”. Una generación depositará en la otra los traumas no evidenciados por la última, a fin de que sea ésta la que a su vez transmita imágenes deshumanizadas del otro. La próxima generación heredará la tarea inconclusa de limpiar el honor vapuleado, revalorizar el orgullo lesionado o reintegrar el espacio físico perdido.
El caso peruano podría ser uno de naturaleza y alcance psicopolítico. Los efectos traumáticos en la sociedad peruana aún están frescos en su memoria histórica, pero lo más complejo de todo es que el sistema político limeño parecería, bajo ciertas condiciones internas, alimentarse de éste. 11
Conclusiones
El conjunto de Estados del sistema internacional han construido su posicionamiento de seguridad y defensa, e incluso su estatus político internacional actual, en función de una evolución particular histórica de cada entidad estatal. Para comprender las políticas públicas asociadas a la Defensa de un Estado, es imprescindible la manera cómo las elites políticas han percibido las amenazas o riesgos frente a los cuales hacen frente la identificación de ciertos intereses nacionales considerados como vitales.
El politicidio, comprendido como aquella percepción de amenaza para la seguridad de una entidad política constituye, sin lugar a dudas, la más extrema sensación política que resulta de la impresión material real obtenida en función de políticas declaratorias y de capacidades adquiridas o desarrolladas por una entidad identificada como antagónica.
Podemos hoy observar que grandes transformaciones geopolíticas y geoestratégicas golpean el espacio sudamericano. En otras palabras, aquella sensación, antes señalada, está hoy sometida a fuertes presiones a fin de cambiarla, hecho que debería tener repercusiones en determinadas políticas públicas asociadas a la Defensa.
El trabajo que significa desarrollar e identificar la génesis misma de la percepción de amenaza de Chile, aquella percepción primigenia de riesgos a la seguridad fundamental del país, desde sus más tiernos inicios como Republica, constituyó una tarea considerada como esencial a fin de poder comprender, en su más amplia cabalidad, los cambios que hoy parecen imponerse.
La temprana percepción de politicidio, claramente identificada en las ideas maestras de los padres de la patria antes expuestas, demuestra que, si bien dicha postura ha evolucionado dramáticamente en el tiempo, en lo más profundo de su conceptualización no ha desaparecido completamente. Constituye, para quien escribe, la plataforma sobre al cual se ha erigido el actual posicionamiento de seguridad general de Chile y claramente es a partir de dicha percepción que se proyectarán las siguientes visiones de lo que es la seguridad nacional más amplia para el país.
Bibliografía
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ERIKSON, E.H., (1956): “The Problem of Ego Identification”. Journal of the American Psychoanalytic Association, Vol. 4 pp.56-121.
KERNBERG, O.F., (1989): Mass Psychology Through the Analytic Lens, Paper presented to The Looking Glass.
LEYTON, Salas, Cristian (2011) : Chile y Perú: Una Rivalidad Duradera (Ediciones Akhilleus, Santiago, Chile) 186 pp.
SELIKTAR, Ofira (1986): New Zionism and Foreign Policy System of Israel, (SIU Press), pp. 308
TOMKINS, Silvan S. and IZARD, Carroll E. (1965): Affect, Cognition, and Personality: Empirical Studies, (Oxford: Springer).
VOLKAN, Vamik, (2004): Blind Trust: Large Groups and Their Leaders in Times of Crisis and Terror, ( Edit. Pitchstone Llc.) pp. 367
VOLKAN, Vamik (1998): “Transgenerational Transmission and Chosen Traumas”, paper presentado en XIII International Congress, International Association of Group Psychotherapy.
- Cientista Político, por la Univerisdad de Chile; Bachelor en Ciencia Política, por la Université du Québec à Montreal (Canadá) y Master of Arts en Relaciones Internacionales de la misma universidad. Académico de la Facultad de Ciencia Política de la Universidad Alberto Hurtado y de la ANEPE. Autor del libro Chile y Perú: Una Rivalidad Duradera. Participó como articulista en el libro Conflicto y reconciliación. El litigio del Perú contra Chile en la Corte de La Haya (2008-2014), del autor Daniel Parodi Revoredo, Editorial Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas, Lima, 2014, en el capítulo Debates y otros.
- Definición de percepción según RAE.
- Fecha en que se firman los Pactos de Mayo.
- TOMKINS, Y IZARD (1965).
- Ver Ciclo del factor de hostilidad. C.Leyton.
- ERIKSON (1956) pp.56-121
- Ibid. pp.57
- Cfr. KERNBERG (1989)
- ANZIEU (1984) pp. 73-93
- VOLKAN (1998)
- Cientista Político, por la Univerisdad de Chile; Bachelor en Ciencia Política, por la Université du Québec à Montreal (Canadá) y Master of Arts en Relaciones Internacionales de la misma universidad. Académico de la Facultad de Ciencia Política de la Universidad Alberto Hurtado y de la ANEPE. Autor del libro Chile y Perú: Una Rivalidad Duradera. Participó como articulista en el libro Conflicto y reconciliación. El litigio del Perú contra Chile en la Corte de La Haya (2008-2014), del autor Daniel Parodi Revoredo, Editorial Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas, Lima, 2014, en el capítulo Debates y otros.
- Definición de percepción según RAE.
- Fecha en que se firman los Pactos de Mayo.
- TOMKINS, Y IZARD (1965).
- Ver Ciclo del factor de hostilidad. C.Leyton.
- ERIKSON (1956) pp.56-121
- Ibid. pp.57
- Cfr. KERNBERG (1989)
- ANZIEU (1984) pp. 73-93
- VOLKAN (1998)